lunes, 13 de febrero de 2012

Me gustan las mujeres, pero ¿soy gay?


He aquí una pregunta que puede parecer contradictoria, paradójica o teórica. Sin embargo, me ha sido formulada en la consulta, en más de una ocasión, por hombres jóvenes y no tan jóvenes. La primera vez que me la plantearon no me quedé perplejo por el contenido mismo de la cuestión, sino por la cantidad de implicaciones emocionales, culturales, biográficas y existenciales que se mezclaban en quien la formulaba con una cierta dosis de angustia. En realidad, se estaba replanteando su identidad sexual, conforme a una mezcla de informaciones incompletas, prejuicios y sentimientos, todos ellos cristalizados en el molde de una educación y de una cultura muy limitadas.

Se trataba de un ejecutivo bien situado que iba a casarse con su novia, con la que convivía hacía ya dos años en Bruselas. Ambos eran cultos y viajaban frecuentemente. Él pasaba todas las semanas por Madrid por obligaciones profesionales. A mis sucesivas preguntas sobre si había tenido alguna experiencia homosexual, si le atraía algún conocido, si había tenido últimamente fallos de erección, si sus dudas se debían a haber tenido algún sueño erótico…, las respuestas eran siempre negativas. Al cabo de cinco o seis sesiones, apareció claramente que se trataba de una angustia genérica producida por la proximidad de un cambio de vida, el estrés que le producían sus continuos viajes, el miedo a no poder hacer feliz a su futura esposa... Se le habían despertado inseguridades de la infancia, que a cualquiera le pueden aflorar en momentos especiales de la vida.

Todo esto, que no dejaría de ser una pura anécdota, se convierte en categoría por escenificar algo que está latente de un modo u otro en la mayoría de los hombres: el miedo a la diferencia, especialmente si la diferencia ya no es de clase social, de raza o de creencias políticas o religiosas, sino que afecta  a la propia identidad como hombre, reconocido como tal por los demás hombres y por las mujeres. Es decir, el miedo a ser homosexual o a ser “sospechoso” de serlo. Como si ser hombre supusiera muchas cosas más que haber nacido con un cromosoma Y más un cromosoma X, con el consecuente desarrollo de testículos y pene, en lugar de tener dos cromosomas XX, con el consecuente desarrollo de vagina y clítoris. Es aquí donde podemos plantearnos más interrogantes que respuestas.

¿Deja de ser hombre alguien que por tendencia o/y por elección decide tener relaciones sexuales sólo con hombres? Si lo asume y lo dice, se clasifica o los demás lo clasifican de “gay fuera del armario”. Si no, “gay que no ha salido del armario”. Pero no por ello menos hombres, tengan o no “pluma” (manifestaciones consideradas amaneradas), sean activos o pasivos, o ambas cosas. He conocido numerosos hombres casados y con hijos que en alguna época de su vida han vivido en pareja con algún hombre o han tenido algún romance o experiencias aisladas.

 En Nueva Zelanda, me alojó una pareja con dos hijos. El padre convivía con su amante varón. La madre tenía experiencias lésbicas fuera de la casa. Uno de los hijos era el clásico adolescente “machito”, el otro ya apuntaba sus preferencias por los compañeros de escuela. La sociedad liberal y la “científica” los calificaría de “bisexuales”, la conservadora de “depravados”. Desde mi perspectiva de aquel momento, sólo eran personas de corazón que experimentaban senderos que yo no había ni siquiera intuido que pudieran existir. Desde mi perspectiva actual, son personas de carne y hueso que rompen los moldes de las múltiples hipótesis psicológicas, médicas, sociológicas y legales, por no ajustarse a ninguna de ella. Son sujetos de investigación, pero sobre todo son seres humanos reales y singulares a los que me une un vínculo de agradecimiento por su generosa y prolongada hospitalidad.

¿Es gay quien ha tenido alguna o varias experiencias con hombres, aunque habitualmente prefiera relaciones sexuales y de intimidad con mujeres? ¿Lo es quien no ha tenido ninguna experiencia, está casado, pero le atraen algunos hombres o incluso tiene sueños eróticos con hombres o fantasea de vez en cuando? Recuerdo a un consultante que se ponía en cuestión, por el hecho de atraer frecuentemente a otros hombres, sin hacer nada para ello. Era muy bien parecido y casi lo llevaba como una carga, en lugar de vivirlo como un regalo de la vida o un azar de la naturaleza. Sin embargo, en playas y discotecas hay hombres “muy machos”que van exhibiendo sin pudor su testosterona y su sex appeal  ante mujeres y hombres. Puestos a etiquetar, ¿se trataría de bisexuales virtuales, aunque algunos se ganen la vida como gigolós de señoras maduras? He conocido unos cuantos probos padres de familia, a los que sólo les ha quitado el sueño estas cuestiones una temporada. Siguen claramente su opción heterosexual sin más preocupaciones… pero… ¿serían gays reprimidos simplemente por seguir su opción libremente escogida?

Hace muchos años –fue ya en el siglo pasado-, conocí en París a un marido y padre de un hijo. A sus sesenta años, se sentía totalmente heterosexual, a pesar de que cada fin de semana, desde hacía más de veinte, se pagaba los servicios de algún “chapero” joven. Además, seguía una vía de desarrollo personal y espiritual y daba talleres de meditación. La mujer y el hijo nunca supieron dónde pasaba los sábados al atardecer. Él no me lo contaba con culpa ni como problema, aunque tal vez le liberaba el hecho de poder compartir parte de su “jardín secreto” con un profesional en un marco de confidencialidad. Otra incógnita más del alma humana dentro del tema que nos ocupa de la masculinidad, la identidad de género, los roles, la opción sexual, el deseo, la praxis cotidiana, la permanencia y el cambio.

Existen centenares de investigaciones y de publicaciones que intentan explicar todo este asunto; cada vez que me he adentrado en alguna de ellas, me quedaban fuera personas y situaciones que se resistían a entrar en alguno de los modelos, de las hipótesis de trabajo y de las explicaciones más o menos científicas que, momentáneamente, se han aceptado como verdades definitivas. Dentro de todas ellas, me ha parecido muy novedosa y de sentido común lo que explica Stanislav Grof, uno de los fundadores de la Psicología transpersonal, pionero en la investigación de estados de conciencia con LSD y creador de la respiración holotrópica, método terapéutico dirigido a conectar a las personas con todos los estados y fases que rodean la vida intrauterina y el parto, así como a los dominios transpersonales: “La preferencia sexual y el comportamiento puede ser influenciado por una predisposición genética y por hormonas, además de por factores culturales, sociales y psicológicos… Mi experiencia clínica con la homosexualidad fue en un principio bastante parcial, dado que se limitaba a un gran número de personas en busca de tratamiento, al considerar que su homosexualidad constituía un conflicto… [para muchos de los homosexuales y lesbianas en sesiones holotrópicas y psicodélicas cuya motivación era formarse en esta vía terapéutica] la homosexualidad era claramente una preferencia y disfrutaban su forma de vivir. Es más, el problema estribaba en la falta de tolerancia social y no en el conflicto o lucha psicológica interior.[1]

Después de centenares de pacientes y de talleristas homosexuales, que siguieron sesiones holotrópicas o/y psicodélicas, Grof tuvo que reinterpretar totalmente los conceptos freudianos del miedo a la castración y a la vagina dentada. La impotencia o la frigidez, por ejemplo, en lugar de ser expresión de una debilidad sexual o de una frialdad y falta de respuesta erótica, se deberían, según su experiencia, a “un exceso de energía sexual perinatal” En algunos casos, algunos se remontaron a fuentes transpersonales, como la figura arquetípica del puer aeternus, o simplemente entendieron su orientación sexual como “un experimento de la conciencia cósmica, una variación en el diseño universal, reflejo de la curiosidad del principio creativo”.[2]

Un ochenta por ciento de otros hombres que no tienen que ver con estos casos relatados parecen tenerlo claro y desde siempre. Son heterosexuales de por vida. ¡Y que nadie lo ponga en cuestión! Pero, ¿por qué ese miedo a tener amigos homosexuales? ¿De dónde esa fobia al contacto físico inocente? ¿Por qué tantas bromas e insultos? ¿Y la curiosidad por saber “cómo se lo montan” y quién hace qué? Estando en la ronda final de uno de los talleres de hombres, me sorprendió la afirmación de alguien que ya había asistido a varios talleres, al señalar cómo una de las experiencias más “fuertes”, es decir, difíciles e impactantes para él, había sido un simple masaje de espalda, dado y recibido recíprocamente por parejas formadas voluntariamente en el grupo para la ocasión. Al final, reconocía que prefería la sensualidad femenina, pero que le había venido bien la fuerza aplicada por su pareja-hombre para deshacer ciertos bloqueos y contracturas. ¡Y estamos hablando de la España del siglo XXI! Todavía se confunde simple contacto corporal con intenciones sexuales. Una excepción socialmente admitida y muy generalizada es el contacto físico entre hombres en el mundo del deporte. Los abrazos, los besos, incluidos los besos en la boca, las palmetadas en el trasero, las piñas masculinas unos sobre otros al final de un partido de fútbol, por ejemplo, las bromas en los vestuarios… desaparecen en cuanto se abandona los límites del estadio. Siempre me fascinó ese cambio brusco de comportamiento entre deportistas en cuanto traspasaban las puertas del deportivo. Es como si la mirada externa, permisiva en ciertos contextos, se volviera severa fuera de ellos. Y parece que esta mirada ejerce tanta presión que conduce a una fuerte autocensura del contacto corporal entre hombres en cualquier otro lugar y circunstancia.

Pero no sólo es el contacto corporal de lo que se huye, para que no haya lugar a equívocos. Tampoco hay que mostrar demasiado afecto ni expresar sentimientos, porque rápidamente se pueden confundir con “sensiblería” y de aquí a “mostrar pluma” se considera que hay muy poca distancia. En 1979, dos psicoterapeutas de Atlanta decidieron dirigir un grupo terapéutico para hombres. Su experiencia duró cinco años. Entre otras cosas, descubrieron que los hombres estaban menos dispuestos a abrirse en un grupo si había mujeres presentes y que, si las había, tendían a representar un papel.  También que les costaba continuar en la experiencia más de cuatro meses y que generalmente finalizaban mal las relaciones. Por ello, se comprometían a volver un mínimo de cuatro veces al grupo, después de haberlo abandonado, para darse la oportunidad de conocer la tristeza de las despedidas, resolver algún miedo pendiente y compartir el afecto de otros hombres que les echarían de menos y así lo manifestaban.

Pero lo más importante fue el crecimiento personal que experimentaron en su colaboración los dos terapeutas, que sirvió de modelo para el grupo: podían quererse como amigos, expresar sus desacuerdos y recuperar el contacto a continuación. El grupo les asignaba alternativamente papeles “masculinos” de padre (acción, tomar la palabra, confrontativos), por un lado,  y “femeninos”, de madre (sentimientos, escucha y recogida), por otro. Acabaron integrando personalmente ambos aspectos, gracias a su acción terapéutica. Todo ello permitió plantear el aspecto más difícil de explorar en un grupo terapéutico para hombres: los propios miedos respecto a su masculinidad y su sexualidad. Todo ello ligado a expresar sus sentimientos. Comprobaron algo que sigue pasando en los grupos de hombres: se sienten tan incómodos expresando ternura y tristeza como, manifestando odio, rabia o ira.[3]

Hoy día,  muchos hombres que quieren salir de la mente patriarcal caen de lleno en la antítesis del machismo, convirtiéndose en varones suaves,  aliados sin espíritu crítico de las tesis feministas más clásicas, sintiéndose violadores en potencia, angustiados por la culpabilidad al hacerse co-responsables de los desmanes cometidos históricamente por su propio género. Por otro lado, tienen dificultades en encontrar sus propios términos y no ser parasitarios de los diversos movimientos de liberación gay, a pesar de tener que reconocer la válida aportación de alguno de ellos, en cuanto a profundización en nuevas formas de entender la masculinidad y, sobre todo, en su crítica radical al sistema. Fundamentalmente al haberse posicionado como seres privados frente a lo público y al poder, elevando a la categoría política la vida privada, la sexualidad, las nuevas posibles formas de relacionarse, de asociarse, de constituir  unidades económicas y familiares impensables hace medio siglo.

Daniel Weltzer-Lang, sociólogo francés, investigador de las cuestiones de género, ofrece un marco más amplio en su consideración de las diferentes masculinidades y de la opresión de todas ellas por el heterosexismo dominante:  De hecho, el doble paradigma naturalista que define la superioridad masculina sobre las mujeres, por un lado, y la norma que impone cómo debe ser la sexualidad masculina, tienen en común el hecho de producir una norma política andro-heterocentrada y homófoba, que nos dice cómo tiene que ser el auténtico hombre, el hombre normal. Ese hombre, el hombre viril en su representación de sí mismo y en sus prácticas, por lo tanto no afeminado, activo, dominante, puede beneficiarse de los privilegios de género. Los demás, los que se distinguen, por una u otra razón, por sus apariencias o sus preferencias sexuales hacia hombres, representan una forma de insumisión al género, a la normativa heterosexual, y se ven simbólicamente excluidos del grupo de hombres, por pertenecer a los “otros”, al grupo de dominados /dominadas, que incluye a las mujeres, a los niños y a cualquier persona que no sea un hombre normal”. [4]

En mi experiencia de talleres residenciales de hombres, han sido excepcionales los participantes abiertamente gays, y siempre acudieron sin su pareja masculina. Concretamente en España son una escasa minoría los que sacan a la luz las cuestiones de género como algo que pueda ser trabajado desde el ámbito de lo psicológico, lo terapéutico, el crecimiento personal o los ámbitos arquetípicos y transpersonales. Y muchos menos los que se asocian con fines políticos, más allá de las reivindicaciones concretas de ser integrados en la actual sociedad, en igualdad de derechos, como ciudadanos normales, pero sin poner en cuestión todo el paradigma patriarcal imperante. Y son igualmente muy pocos los que se dan cuenta de que en el interior del colectivo, del que una gran mayoría se siente totalmente ajeno, se reproducen todos los mecanismos de categorización, exclusión y dominación que imperan en una sociedad regida por los esquemas tradicionales de la mente patriarcal. En ocasiones, incluso se lleva al extremo el consumismo, el cultivo del cuerpo, la idealización de la juventud permanente y un clasismo típicamente gay: dominio de jóvenes sobre maduros, de cuerpos esbeltos y viriles sobre cuerpos fofos y afeminados, de “activos” sobre pasivos, de aquellos que están a la última en tendencias y marcas sobre quienes están desfasados. Y detrás de todo, el falo, el gran falo permeando y presidiendo omnipresente toda la iconografía de cómics, revistas, publicidad y filmes homosexuales masculinos.

La característica general de los hombres que acuden como consultantes y con parejas masculinas es el de personas que tienen exactamente los mismos sueños y las mismas dificultades, las mismas aspiraciones e idénticas problemáticas de convivencia y comunicación que las parejas heterosexuales. Y de los jóvenes que acuden dudando de su orientación sexual sólo me queda la convicción de que el principal conflicto se ha producido con la familia y su mayor o menor aceptación de este “hecho diferencial”, así como el miedo al juicio de compañeros de estudio o de trabajo, y del entorno en general. Igualmente he constatado que incluso en un ambiente distendido, de confianza y confidencialidad, como el de los encuentros-convivencias de hombres, los que se declaran abiertamente gays tienen una dificultad en abrirse totalmente, si no están acompañados por una minoría significativa dentro del grupo. Y ello no es de extrañar, porque incluso entre hombres conscientes que se cuidan entre sí y una de cuyas pautas es el respeto mutuo, es difícil que no salte en cualquier momento el chiste fácil sobre maricas y afeminados. Sólo puede explicarse, además de la costumbre, por el arraigo generalizado del hábito de tener que dejar siempre claro que se es heterosexual, … por si las dudas.

Así que, después de tantas preguntas e hipótesis y de tantos hechos tan diversos, sólo se me ocurre recurrir a la conclusión de C.G. Jung cuando afirmaba que el aparente conflicto individual del paciente resulta ser un conflicto universal de su entorno y de su época. Así que la neurosis no sería sino un intento individual y fallido de resolver un problema universal.


[1] La psicología del futuro. Lecciones de la investigación moderna de la consciencia. La Liebre de Marzo, Barcelona, pp. 166 y 167.
[2] Íd. p. 166.
[3] “Hombres unidos en un grupo terapéutico”, Louis W. Mc Leod y Bruce K. Pemberton, en Ser hombre, varios autores, a cargo de Keith Thompson, Kairós, Barcelona, 1993
[4] Daniel Welzer-Lang, “La crisis de las masculinidades: entre cuestionamientos feministas y críticas contra el heterosexismo” (www.poder-judicial.go.cr/.../Welzer-Lang,%20La%20crisis%20de%20las%20masculinidades%20rtf.rtf)


1 comentario:

  1. Esto es demasiado largo. Respuesta corta, bisexualidad puede significar muchas cosas, nunca es 50/50 yo era un adolescente confuso, usaba las ropas de mi madre en secreto pero me masturbaba pensando en mujeres. Con el uso de internet conocí muchos igual que yo, conoci bisexualidad hombres "machitos" que le gusta sexo con hombres nada mas, yo era curioso pero de ser pasivo. Una vez tuve mi primera experiencia con una mujer y luego con mi primer novio comenze a entender que yo soy feliz no importa si es con un hombre o con una mujer. Sin embargo en el presente me considero 60% gay me paso horas explorando ropas femeninas en amazon, hablando con hombres en internet, tengo una pareja mujer a quien amo pero paso mas tiempo pensando en hombres, mirando porno gay. Esto tiende a cambiar ya que en ocasiones solo me atraen los hombres de tez oscura, tez clara o blanco me hace vomitar de asco y me pongo algo mujeriego pero la mayoria de las veces preferiria un hombre.
    En mi viaje por el cyber espacio buscando respuesta tambien encontre hombres aparentemente gays que le atraia la idea de tener sexo con mujeres ya sea penetrar o ser penetrados con cualquier juguete sexual para ese propósito.

    ResponderEliminar