martes, 3 de enero de 2012

De la rivalidad a la fraternidad

Una gran contradicción aflora cada día con más intensidad en las relaciones que tienen los hombres entre sí. Durante la infancia se les enseña a colaborar y trabajar en equipo. A partir de la adolescencia empieza la competición por la pareja. Se premia el esfuerzo individual enfocado en prepararse para obtener un buen puesto de trabajo. Posteriormente, se acentuará el aislamiento y la competitividad en el mundo laboral. Salir de este  túnel colectivo transformará el tipo de relación fragmentada que establecen los hombres con las mujeres, los niños, los jubilados y, sobre todo, consigo mismos.


Cuando vuestro amigo manifiesta su pensamiento, no teméis el ‘no’ de vuestra propia opinión, ni ocultáis el ‘si’…
…Si él debe conocer el flujo de vuestra marea, que conozca también su reflujo.
Pues, ¿qué será de vuestro amigo si  sólo le buscáis para matar el tiempo?
Buscadle siempre para las horas vivas, ya que el papel del amigo es el de henchir vuestras necesidades, y no vuestro vacío.
Él es el campo que sembráis con cariño y cosecháis con agradecimiento.
Y que no haya otra finalidad en la amistad que no sea la maduración del espíritu”.
(Khalil Gibran: El Profeta)


Rivales, camaradas, compañeros, amigos y hermanos: este podía ser el encabezamiento de una carta que dirigiría a todos los hombres del mundo. Pero es algo más. Constituye el enunciado de un intenso proceso de cambio. Un cambio que tiene una doble vertiente. La interior: modificar la visión que tenemos de los demás hombres y la clasificación que, consciente o inconscientemente, hacemos de aquellos con los que entramos en contacto. La exterior: tomar conciencia de nuestra situación y experimentar cómo se puede salir de la rivalidad que nos aísla para llegar a la fraternidad que nos nutre.

El problema de inicio es que una gran mayoría no cree tener problema. Muchos hombres viven aislados, encerrados en su pareja o en su familia y creen tener amigos, pero sólo tienen relaciones profesionales, de vecindad, de bares, deportes, viajes o recuerdos de infancia o juventud… Muchos tienen a lo sumo uno o dos buenos amigos, pero a veces viven lejos o no están disponibles en momentos de necesidad. Y cada vez me llegan más hombres a la consulta, solteros, casados, divorciados, jóvenes y menos jóvenes, que se han dado cuenta de que no pueden manifestarse con nadie tal como son, compartir dudas y problemas. Cada uno tiene los suyos y casi todos huyen de cargarse con algo ajeno. Se ha desaprendido a escuchar, contener y apoyar.

Tal vez este desaprendizaje tenga que ver con el malestar interno que experimentan en el periodo de la pubertad los adolescentes, tironeados por la homofobia, por un lado, y la idealización de la virilidad mal entendida, por otro. “La homofobia es una gran fuerza socializadora en la vida de un muchacho: cuanto menos blandengue y femenino sea, mejor será aceptado por el grupo de iguales. También la misoginia es un elemento de cohesión: en esa edad se desprecia a las chicas, se ridiculizan sus actitudes y comportamientos… […] Homofobia y misoginia (seguramente las dos caras de la misma moneda) generan una ruptura interior de proporciones considerables, ya que el chico aprende a rechazar el femenino en sí y en la mujer, con los daños emocionales que ya sabemos”. (“Padre-hijo. El anhelo de una relación hurtada”, Paco Peñarrubia, Boletín de Graduados de la Escuela Madrileña de Terapia Gestalt, nº 7).

Este culto a la “virilidad” se perpetuaba antes en el servicio militar y ahora en las películas de marines duros y aguerridos, pero sin cerebro propio, en los gestos de victoria de los deportistas, sus caras adustas, su complicidad y camaradería en los vestuarios. Curiosamente, en cuanto salen de éstos, o del estadio, se corta de raíz el contacto físico, que ya parecería ambiguo fuera de contexto. Se continúa esa masculinidad sólo formal en los bares, con las bromas hirientes, los chistes picantes, el lenguaje salpicado de tacos… Sin embargo, la camaradería no siempre evita la rivalidad de fondo: por la chica más guapa, el empleo mejor pagado, el liderazgo del grupo, aunque sea momentáneo… ¡Bravo! Educados para competir, luchar, rivalizar.

Y entramos de lleno en el tema del poder, al que dedicaré en su momento otro artículo de esta serie. Basten de momento unas pinceladas. En primer lugar, el cuerpo. ¿Se es o no se es macho alfa? (en lenguaje masculino, “quién se las lleva de calle”). ¿Quién la tiene más grande? Ser o no ser joven, alto o bajo, tener cuerpo de deportista o fofo y con michelines. Y de esto no se habla, pero inconscientemente los hombres nos situamos y somos situados por los demás. Entramos en categorías y jerarquías. Además del cuerpo, está la palabra y la cultura, el conocimiento, la información, los datos, la mente. La profesión, el sueldo, el estatus social y sus signos externos, como el coche, la casa, la ropa… también entran en el cómputo del poder personal. Y así en la tribu masculina se establecen clases, pero siempre quedan los márgenes, los terrenos fronterizos en donde se puede seguir compitiendo. Y si no se puede competir en algo, hemos aprendido a compensarlo y rivalizar en los terrenos en los que nos sentimos más fuertes.

Sin embargo, por encima de las jerarquías y de las luchas internas, persiste la conciencia de ser un hombre, una cierta complicidad igualitaria cuando se trata de criticar algo de las mujeres o de hacer bromas a su costa. Falsa camaradería y mal pegamento,  para mantener un cierto tipo de compañerismo y solidaridad entre mineros, pescadores, obreros de la construcción, bomberos, policías, por poner sólo unos ejemplos.


Se pasa aquí de la libertad de “sálvese quien pueda” y cada cual a conseguir sus metas individuales, a la igualdad de género, en donde los hombres se aprovechan de una situación histórica de superioridad patriarcal: pobre o rico, feo o guapo, joven o viejo, pero hombre a fin y al cabo. Una especie de caricatura de los dos primeros objetivos de la Revolución francesa: Libertad e Igualdad. ¿Y para cuándo la verdadera fraternidad?

El hombre no puede colaborar en la llegada de la fraternidad universal sin distinción de género, raza, credo o posición social, si previamente no se amista y se hermana consigo mismo y con los demás hombres. Y ahora toca preguntarte a ti lector: ¿cuántos amigos tienes de verdad? ¿a cuántos les puedes pedir prestado dinero? ¿a cuántos le puedes consultar un verdadero problema de salud, de pareja o de crisis existencial? Y a ti lectora: ¿puedes comparar cuántas amigas tienes en relación con tu pareja, tus hermanos, primos o compañeros de trabajo?

Y ésta es otra: ¿por qué muchos hombres no pueden tener amigas de verdad? Si están en pareja, se sentirán culpables. Si no lo están, seguramente él o ella pensará en la posibilidad de mantener una relación sexual y/o emocional. Personalmente debo ser un bicho raro o miembro de una minoría muy privilegiada. Conservo amistades femeninas y masculinas de todas las épocas de mi vida. A las amigas siempre las vi como iguales y no como objeto de deseo o de conquista. Con mis ex parejas he logrado (¿o han logrado ellas o más posiblemente ambos?) transformar la relación para llegar a una amistad profunda. A los amigos, siempre les reconocí su valía y no competí en los terrenos en que fueron o siguen siendo mejores que yo.

Sin embargo, siempre eché de menos una auténtica fraternidad entre todos. La mayoría no se conocen entre sí. Demasiadas diferencias de intereses  familiares, profesionales, políticos, culturales y espirituales. Insalvables distancias generacionales y geográficas. Pero no desisto de mi empeño. Me basta ahora  encontrarme periódicamente con hombres deseosos de continuar el trabajo interior que conduce de la rivalidad a la fraternidad. Una fraternidad para contagiar cada uno en su mundo.

Alfonso Colodrón
Terapeuta gestáltico y Consultor transpersonal

1 comentario:

  1. Bonito el poema de Khalil Gibran y muy interesante la reflexión de Colodrón. Cierto es que estamos lejos de que exista algo parecido a una fraternidad masculina libre de rivalidad y competitividad, pero querer imponerla a golpe de cursos de “ciudadanía” o hacernos comulgar la rueda de molino de la Igualdad de sexos mientras agachamos la cabeza al paso por las horcas caudinas de las falsas denuncias, la alienación parental, las leyes anti hombre, etc. Y ante nuestra manifiesta incapacidad para unirnos y defendernos, nos llevará pronto, cuando cambie el ciclo, a descargar tanta ira y rabia contenida contra la mujer. Más nos valdría aceptar las diferencias, comprender nuestro camino evolutivo y desde ahí, garantizando eso sí las mismas oportunidades, respetar no ridiculizar ni hacer aprovechamiento político de ello, las diferentes maneras de pensar y sentir de hombres y mujeres.

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